En Bretón nos inspira el trabajo del fuego sobre la piel: la de los animales –el puerco, el pollo, el guajolote– y la de los vegetales –la papa, la cebolla, la calabaza–; nos emocionan los olores que emanan del rosticero; nos fascina la carne jugosa de un muslo, la pulpa del betabel que cede a la mordida. Las tortas de pollo rostizado nos traen recuerdos que sabemos compartidos. Y creemos que hay pocas cosas más bellas y más sinceramente apetecibles que una pieza de carne, la mejor que encontremos, girando frente al fuego.
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